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Solos y sin ocio cíclico: los jóvenes de familias con bajos ingresos abusan más de las pantallas | Vitalidad y bienestar


Facundo no era conflictivo, ni ocasionaba problemas en casa o en el instituto. Siempre había sido “un pequeño muy responsable, muy disciplinado”, asegura su causa, Ondina Alarcón. Sin retención, cuando tenía 15 primaveras, su tutora llamó a su causa para contarle que no iba a clase y cuando acudía era a partir de las doce del mediodía. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su hijo se había agarrado a los videojuegos. Ella estaba fuera de casa casi todo el día por su trabajo y Facundo, que se quedaba solo, “pasaba jugando horas y horas”, dice Alarcón. El adolescente llegó a estar más de 12 horas seguidas frente a la pantalla del ordenador.

Este caso no es poco separado. Los jóvenes españoles pasan entre semana más de tres horas diarias delante de una pantalla y los fines de semana llegan a las cinco horas. Son datos del documentación PASOS 2022 de la Fundación Gasol. Sin retención, la OMS aconseja no exceder las dos horas diarias. Este uso excesivo se relaciona con varios factores, y uno de ellos es la situación económica de las familias. El documentación refleja que casi el 70% de los menores que pertenecían a un entorno de renta quebranto excedían las recomendaciones de la OMS entre semana. Es un 9% más que los que pertenecían a las familias de mayores ingresos.

Facundo, que ahora tiene 18 primaveras, y su causa, de 47, llegaron a España desde Perú, su tierra nativo, en 2018. Correcto a una situación económica complicada, pidieron ayuda a Cáritas. Viven en Segovia (Castilla y Bizarro) y durante los primeros primaveras no tenían internet en casa, así que el adolescente iba a la biblioteca municipal para utilizar los ordenadores de allí. Si se llevaba su carnet y el de su causa podía conectarse durante cuatro horas, lo que ya supone un uso excesivo, según la Fundación Gasol.

Cuando Ondina Alarcón pudo permitirse contratar internet para el hogar, la situación se acentuó porque Facundo podía usarlo casi ininterrumpidamente. Ella se marchaba de casa a las cinco de la mañana y no volvía hasta admisiblemente entrada la tarde, por lo que su hijo podía quedarse jugando al ordenador sin supervisión. Cuando se enteró de la yuxtaposición del pequeño, Alarcón quería creer en él y no tomó medidas hasta que la llamaron por segunda vez del centro. “Siquiera lo podía controlar porque mi situación sindical no me lo permitía, si me quedaba en casa no podía obtener plata”.

En febrero del año pasado, Cáritas publicó un documentación, financiado por el Tarea de Sanidad, sobre el uso injusto de los dispositivos electrónicos (más de seis horas diarias). En las familias entrevistadas de pequeño renta, el peligro de yuxtaposición afectaba a casi el 21%. Más de uno de cada cinco. Carmen García, responsable de los programas de Infancia y Clan de Cáritas España, destaca como aspectos detonantes la soledad, la desliz de ocio cíclico, la desaparición de motivación y el deseo de distraerse de su sinceridad.

El grande tiempo que pasan solos los jóvenes de familias de bajos ingresos es un cifra crucial, explican Genís Según, de la Fundación Gasol, y Carmen García, de Cáritas. Siquiera tienen muchas más opciones de ocio si no cuentan con parques cerca de casa, o si los que hay no están en buen estado o no son seguros, expone García. Encima, en muchos casos los padres siquiera pueden permitirse que sus hijos realicen actividades extraescolares durante las tardes, lo que les ocurría a Alarcón y Facundo.

Para interrumpir el problema de su hijo, Alarcón pidió ayuda a Cáritas y comenzaron a trabajar con una de sus psicólogas. Desde ese momento, ella tenía que vestir en el bolsa el router y todos los cables del ordenador para que él no pudiera utilizarlo. “Aun así, él encontraba cables por la casa que podía usar, era como un adepto a las drogas o al licor”, lamenta la causa.

Yuxtaposición y conflictos familiares

Aunque no encajan con el perfil de comunidad de renta quebranto, Marta y Daniel (uno y otro nombres ficticios para proteger sus identidades) todavía recibieron la ayuda de Cáritas por una situación similar. Son causa e hijo y viven en Gijón. Cuando comenzó la primaria, a los seis primaveras, el colegio le proporcionó a Daniel un ordenador para estudiar, que él utilizaba todavía para envidiar. A los nueve primaveras ya se había convertido en un problema: “El momento de quitarle el ordenador o decirle que lo apagara ya suponía un conflicto. Rompió muchas cosas”, recuerda su causa.

El pequeño pasaba jugando entre 10 y 12 horas diarias: “Casi no dormía”. La situación se fue agravando hasta que un día, con 11 primaveras, Daniel empujó y pateó a su causa. Ella tuvo que pulsar a la policía y, tras el conflicto, comenzaron a trabajar con el Equipo de Intervención Técnica de Apoyo a la Clan (EITAF), de los servicios sociales municipales. A través de ellos, Daniel comenzó a asistir al Llugarín, un centro de día de Cáritas, donde pasaba las tardes mientras Marta trabajaba. Ahí hacía sus tareas escolares y trabajaban con él en su yuxtaposición y los conflictos familiares. Aunque contaban con la ayuda del EITAF y de Cáritas, Marta tuvo que dejar su trabajo porque pasaba muchas horas fuera de casa.

Ahora el señorita ya casi no juega a videojuegos, los ha sustituido por las redes sociales y ha estrecho mucho las horas delante de la pantalla. Sus padres instalaron en su móvil un servicio de control parental que le restringe el uso de internet a un mayor de cuatro horas al día. Aun así, al echar cuentas, Daniel dice que entresemana pasa entre cuatro y seis horas diarias con las pantallas (televisión y móvil). La guarismo se eleva hasta las siete u ocho horas el fin de semana, que es cuando no le limitan el teléfono.

Muchas veces el problema es que los niños están con el móvil, pero sus padres y madres están al flanco haciendo lo mismo

Carmen García, responsable de los programas de Infancia y Clan de Cáritas España

Carmen García, de Cáritas España, explica que para los menores que pertenecen a entornos de renta quebranto, los videojuegos todavía tienen la cualidad de que les dejan ser quien quieran ser. “Les permiten salir de su sinceridad, que es proporcionado complicada, y abstraerse de ella”, detalla. García advierte, por otra parte, de que cuando se alcahuetería de jóvenes que pertenecen a entornos marginales tienen más probabilidades de utilizar el mundo digital ocultando su identidad. “Niños de la Cañada Existente nos han llegado a opinar que no dicen la zona en la que viven para evitar que les rechacen”, detalla.

La responsable de Infancia y Clan de la ONG señala todavía que en muchos casos los menores son un refleja de sus mayores: “Muchas veces el problema es que los niños están con el móvil, pero sus padres y madres están al flanco haciendo lo mismo”. Recalca que cada vez los límites que ponen los adultos son más difusos y que en muchos casos hay, incluso, problemas de percepción. Cuando elaboraron el documentación, desde Cáritas se quedaron sorprendidos al ver que los padres consideraban que las normas en el hogar estaban claras con respecto al uso de pantallas, mientras que los hijos declaraban no tenerlas, o tener muy pocas reglas.

La ONG propone que los padres pongan límites reales, pero que no los apliquen solo en sus hijos, sino que ellos todavía sigan sus propias normas. Reto por restringir el uso de las tecnologías y por el tiempo de calidad en comunidad como instrumentos fundamentales. “Hay familias que no saben cómo implicarse en la educación de sus hijos, cómo acompañarlos”, afirma García.

Cáritas todavía muestra la preocupación por la desliz de motivación que observa en estos niños delante su contexto. No tienen los posibles económicos, pero muchas veces siquiera tienen otros apoyos de sus familiares más cercanos y eso engloba todavía la parte motivacional. Destaca todavía que en muchos niños han observado una total desliz de motivación: “No tienen expectativas ni sueños”. García deje de la transmisión intergeneracional de la pobreza. Los niños se ven reflejados en sus padres y en sus abuelos. “Aceptan que, aunque no les guste, es la vida que les ha tocado y no va a cambiar. Su situación les aburre y se evaden con las pantallas”, concluye.

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Creditos a Inés Sánchez-Manjavacas Castaño

Fuente

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