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Diez agresiones a través de internet que uno de cada tres jóvenes cree “inevitables” o “un invento” | Tecnología


“El acto sexual romántico se convierte, en muchos casos, en una trampa disfrazada”. Lo afirman Carmen Ruiz Repullo y Laura Pavón Benítez, profesoras de Sociología y Antropología en las universidades de Jaén y Bomba, respectivamente, y autoras de Una efectividad invisible. Violencia psicológica de naturaleza en la pareja (Paginas Violetas, 2022). “El acto sexual romántico”, según explica Ruiz Repullo, “es una cuestión cultural —no es biológica ni física— que se construye para alentar un maniquí totalmente heteronormativo que reparte roles, para romantizar determinados aspectos de la violencia como la posesión, los celos, el aislamiento o el dominio”. Y en ese contexto surgen las tecnologías, que trasladan la desigualdad a la vida aparente, la amplifican y crean otras formas de violencia que una de cada tres personas de 15 a 29 abriles considera “inevitables” o “un invento”. El trabajo las señala, refleja experiencias de las víctimas y alerta de un problema que crece y —más en los ambientes rurales— se agrava.

“El acto sexual romántico es una construcción interesada sobre lo que conlleva una relación de pareja, es como un mandato de identificación de cuándo una persona nos quiere o no, es una construcción interesada para perdurar a las mujeres en una posición subalterna”, advierte Ruiz Repullo, quien recuerda la entrevista de Encierro Falcón a la escultora, escultora y feminista Kate Millet en EL PAÍS, donde la autora de Política sexual alertaba de que, mientras a los hombres les educan en el poder, a las mujeres, por acto sexual, las enseñan a esperar y a renunciar.

Cuando Millet (fallecida en 2017) escribió su obra más influyente, en la plazo de 1970, aún no existían las tecnologías que hoy conocemos y que la socióloga y la antropóloga consideran que, aunque no son responsables por sí solas de la desigualdad, “fomentan otras formas de violencia psicológica contra las mujeres, capaces de producir daños con la velocidad de un clic a través de una red de impacto completo que favorece el anonimato de los delincuentes” y a todas horas todos los días. “Las redes son el útil, no son el problema”, precisa Ruiz Repullo.

Las redes son el útil, no son el problema

Carmen Ruiz Repullo, socióloga

Un estudio de la licencia de Medicina de la Universidad de Texas en Galveston (EE UU) lo aprobar: “La popularidad de los mensajes de texto, las redes sociales y el uso de Internet entre los adolescentes puede crear oportunidades para el despotismo, incluido el seguimiento, control o acoso a través de la tecnología”. “La trayecto que separa las relaciones adolescentes presenciales y en trayecto se está volviendo cada vez más borrosa”, afirma Jeff Temple, investigador principal del estudio publicado en Journal of Youth and Adolescence.

Trinidad Donoso Vázquez, profesora de la Universidad de Barcelona y autora de Violencias de naturaleza en entornos virtuales (Octaedro, 2018) señala ocho aspectos recogidos por Ruiz y Pavón que han favorecido que las nuevas tecnologías sean un campo fértil para los maltratadores: accesibilidad (“facilita que cualquier persona pueda hacer un mal uso”), anonimato (“aumenta la sensación de impunidad del delincuente”), diferencia (”amplía el rango de posibilidades para desempeñar la violencia”), constancia (“posibilita una insistencia desconocida hasta ahora”), omnipresencia (“no importa la distancia geográfica”), potencia (“el control y acoso a través de internet posibilita al delincuente tomar control de las esferas pública y privada de la víctima”) y descuido de control (“añade una sensación importante para la víctima al aumentar su sensación de angustia y otorgar más poder al delincuente”).

Esta terrible operatividad de las redes en el ámbito del maltrato, sin bloqueo, pasa desapercibida. Los jóvenes la desconocen, le restan importancia o incluso la niegan. Uno de cada tres jóvenes de 15 a 29 abriles no identifica los comportamientos de control con la violencia de naturaleza y, según el barómetro Nubilidad y Existencias 2021, realizado en España con una muestra de 1.200 personas de esas mismas edades, “se ha duplicado la proporción de hombres que defiende que la violencia de naturaleza no existe, que es un invento ideológico”, según advierte el estudio. “En torno al 15% piensa que hay formas de violencia que son inevitables. ‘Inevitables’, como si formara parte de la esfera biológica”, resalta la socióloga.

Pero la ciberviolencia existe y hasta una portavoz policial la ha sufrido recientemente, como muestra en un video en TikTok con el que anima a denunciar. El trabajo Una efectividad invisible identifica diez de esas formas:

Vigilancia/seguimiento. Uso de la tecnología para avizorar y guardar las actividades de las mujeres, su posición o mensajes y llamadas. “Me controlaba, tenía la ubicación de donde estaba yo, no podía salir de mi pueblo sin decírselo y, si salía, porque yo llegué a salir, estaba acojonada”, relata una de las participantes en el estudio identificada como E10 (a todas se les ha respetado el anonimato) y a quien le convenció su pareja para instalar una aplicación de seguimiento para “probar si funcionaba”. “He pasado que te ha subido el número de seguidores o ¿por qué le has transmitido me gusta a este?”, recuerda GD9 como una causa de discusión continua con su pareja.

Hostigamiento. Contactar, incomodar, amenazar y asustar de forma continuada a las mujeres. “Cuando le mandas un mensaje, rápidamente te contesta. Tú tardas un poco más en responderle y rápidamente te está mandando un montón de mensajes y los va borrando para que lo leas rápido. Si le preguntaba ‘pero, ¿qué me has puesto?’, respondía: ‘Ah, no, nadie, nadie, era una cosa. Pero no, no pasa nadie, déjalo. Para que otra vez te metas rápido y lo leas”, relata GD9.

Hackeo. Llegada no facultado a sistemas o fortuna con el propósito de comprar información personal, alterar o modificar información, calumniar y denigrar a las mujeres. Herramientas informáticas, como TinyCheck de Kaspersky, permite la detección de programas espías y de acoso digital en tabletas y móviles.

Tildar de “puta” (slut-shaming). Pelar, culpabilizar y constreñir a mujeres en redes por comportamientos que algunos perciben como promiscuos o fuera de los roles tradicionales de naturaleza. “No es lo mismo que te digan puta en el recreo de un instituto que te digan puta en una red social donde lo está viendo todo el mundo”, explica Ruiz Rapullo.

Difamación. Difusión de contenidos falsos para dañar la reputación de las mujeres.

Suplantación. Hacerse cargo la identidad de las mujeres para lograr a información privada. Asimismo puede implicar la creación de una cuenta con el nombre o el nombre de dominio de otra persona con la intención de dañar, hostigar, intimidar o amenazar a las mujeres.

Insultos. Menosprecio o degradación de las víctimas en un foro sabido en trayecto.

Doxeo (doxing). Divulgación de información privada e identificable en trayecto que puede incluir nombre, número de teléfono, dirección de correo electrónico o dirección del hogar para provocar acoso violencia física o amenazas.

Sextortion. Uso ilegal de imágenes íntimas para chantajear a las mujeres.

Pornovenganza. Distribución en trayecto de fotografías o vídeos sexualmente explícitos sin el consentimiento de la persona que aparece en las imágenes.

Estas formas de acometida son una sofisticación de las ya existentes, como el acoso físico (“ayer te seguían en moto o en coche y ya no hace descuido”, resalta la socióloga) o de nueva creación, como el hackeo. En cualquier caso, son una ampliación del conjunto violento y se usan de modo conjunta. Ninguna sustituye a otras vías más consolidadas, como la acometida a través del entorno del delincuente, especialmente serio en zonas rurales donde “todo el mundo lo sabe y nadie hace nadie”. “Había mujeres que, aunque el atacante estaba en prisión, decían: ‘Sé que él está aquí, vigilándome con toda su tribu”, recuerda Ruiz Repullo. O la muro de movimientos o el control crematístico. “Si yo quería poco, tenía que poner la mano y no solo la mano”, dijo una participante en el trabajo de investigación.

La efectividad es que no solo han crecido las formas de violencia, sino todavía el número de víctimas. La ruralidad, la migración o la pobreza son instrumentos significativos que aumentan la vulnerabilidad de las mujeres”, explica la socióloga.

Una de las causas de esta proliferación y la alegato o privación masculina de las mismas está, según la investigadora, en la “manosfera”, término que hace remisión al conjunto de espacios digitales (esfera) de los hombres (man, en inglés) caracterizados por el antifeminismo, el victimismo masculino y el discurso misógino. “Asimismo tiene que ver con la civilización del meme, de la frase corta o del vídeo que viene a expresar: ‘te voy a afirmar efectivamente lo que quieren las feministas”, añade Ruiz Repullo.

Las soluciones son varias. Una constante es la formación, que, según la socióloga, “tiene que iniciar en de niño trabajando el consentimiento, los buenos tratos, la educación emocional, la masculinidad”. “Hay que trabajar mucho con los chicos porque el problema de la violencia no es de las mujeres, es de los hombres que la ejercen, que se creen en el dominio y en el poder”, añade. Y todavía son parte fundamental las familias, los medios de comunicación, todas las administraciones y todos los ámbitos de la sociedad. “Solo la educación no va a zanjar con esto”, asegura.

En este sentido, la investigadora resalta la figura de los profesionales vinculados a la prevención y proceder. “Cuando efectivamente se implican con las mujeres y con las víctimas de violencia, dejan de ser el guardián civil, la psicóloga o la abogada y le ponen nombre. Eso es muy bueno, es fundamental”, concluye.

El idioma utilizado en las redes sociales todavía puede desempeñar un importante papel a la hora de anticiparse, según explica Laia Subirats, miembro del conjunto Applied Data Science Lab (ADaS Lab) de la UOC (Universitat Oberta de Catalunya), ya que el procesado del idioma natural ofrece la posibilidad de identificar y clasificar el sexismo así como detectar discursos de odio, poco que puede lograrse con técnicas de estudios mecánico.

Asimismo, según una información de la UOC, pueden extraerse temas de los diferentes textos publicados en las redes sociales para ver cuáles son los predominantes. “Esto puede hacerse con la técnica Latent Dirichlet Allocation, que, de hecho, ya se ha constante en otros campos, como la detección de ansiedad y depresión en un monstruo campechano usando datos de Twitter”, indica Subirats.

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Creditos a Raúl Citrón

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