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Expertos en inteligencia industrial reclaman frenar seis meses la “carrera sin control” de los ChatGPT | Tecnología


La velocidad a la que se están desplegando herramientas basadas en inteligencia industrial (IA) generativa, la que es capaz de crear textos, imágenes o música a partir de una serie de instrucciones, está asustando a los expertos. Más de un millar de empresarios, intelectuales e investigadores de primer nivel relacionados con esta tecnología han firmado una carta abierta en la que solicitan una moratoria en su exposición para rememorar sobre sus consecuencias.

Más concretamente, piden una pausa de “al menos seis meses en el exposición y pruebas de sistemas de IA más poderosos que GPT4″, la última lectura del gran maniquí de estilo que usa ChatGPT. La carta advierte de que este postrer maniquí ya es capaz de competir con los humanos en un creciente número de tareas, y que podría estar de moda para destruir empleo y difundir desinformación. Por ello, reclaman un exposición seguro y solo cuando estén seguros de que sus posesiones serán positivos. “Desafortunadamente”, asegura la carta, “este nivel de planificación y diligencia no está ocurriendo, a pesar de que en los últimos meses los laboratorios de IA han entrado en una carrera sin control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de forma fiable”.

El magnate Elon Musk, fundador de Tesla y SpaceX y dueño de Twitter, se cuenta entre las personalidades que han rubricado la carta. Curiosamente, Musk es uno de los fundadores de OpenAI, la empresa que ha desarrollado ChatGPT, que fue la primera que decidió poner al magnitud del gran notorio su gran maniquí obligatorio de estilo, poco que no había hecho nadie hasta entonces, pese a que Google o Meta hacía primaveras que tenían sus propios desarrollos en marcha.

El historiador Yuval Noah Harari, célebre por sus libros Sapiens y Homo Deus, o Yoshua Bengio, cuya ayuda en las redes neuronales profundas le valió el premio Turing (considerado el Nobel de la informática), son otros de los firmantes más conocidos. Entre ellos destacan igualmente Steve Wozniak, cofundador de Apple, o Jaan Tallinn, cofundador de Skype.

El sello castellano de la carta lo ponen expertos de renombre internacional como Ramon López de Mántaras, uno de los pioneros de la IA en Europa; Carles Serra, director del Instituto de la IA del CSIC, y Francesc Giralt, catedrático emérito de la Universitat Rovira i Virgili. El primero de ellos firma otra carta abierta publicada ayer en EL PAÍS en la que se queja de la intrepidez del Gobierno de cerrar un acuerdo de colaboración con un instituto de IA financiado por Emiratos Árabes Unidos. Serra renunció la semana pasada a su puesto en el Consejo Asesor de la IA como protesta por ese convenio.

Incremento, pero con responsabilidad

“La IA avanzadilla puede representar un cambio profundo en la historia de la vida en la Tierra y debería ser planificada y gestionada con cuidado y con fortuna”, dice un principio juicioso en 2017 por figuras esencia de la disciplina en una conferencia internacional. “Desafortunadamente, este nivel de planificación y de diligencia no se está dando”, se lamenta la carta.

“Un flamante comunicado de OpenAI relacionado con la IA normal dice que ‘En algún momento, sería importante tener supervisión independiente antiguamente de entrenar nuevos sistemas y para que los esfuerzos más avanzados acuerden condicionar el ritmo de crecimiento de la potencia computacional usada para crear nuevos modelos’. Estamos de acuerdo. Ese momento es ahora”, expresa la carta en lo que parece una indirecta a OpenAI pese a estar firmada por uno de sus fundadores, Elon Musk.

El pistoletazo de salida de la nueva carrera por la IA generativa lo dio OpenAI, una empresa participada, entre otros, por el hombre más rico del mundo y por Microsoft. El impulso el pasado otoño de la lectura beta de ChatGPT, su célebre bot conversacional, puso en manos del gran notorio una tecnología en la que empresas como Google o Meta venían trabajando desde hace lustros.

Microsoft supo enterarse la tendencia y anunció una inversión de 10.000 millones de dólares en la empresa. Al poco tiempo, desveló que su buscador Bing y las aplicaciones de Office llevarían un chatbot parecido a ChatGPT. Google no quiso ser menos y presentó Bard, su propia lectura de chatbot conversacional. Meta igualmente tiene el suyo: LLaMa. Mientras, OpenAI presentó ChatGPT4, una nueva lectura mucho más potente y pulida de su bot conversacional, y ya trabaja en ChatGPT5.

Todo esto ha sucedido en menos de cinco meses. Alarmados por la velocidad de esta carrera, los firmantes de la carta solicitan una pausa de medio año para pensar cómo se debe encauzar. “Si esta pausa no se puede materializar pronto, los gobiernos deberían intervenir e imponer una moratoria”, solicitan los expertos.

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Creditos a Manu González Pascual

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