Tecnología

Energúmenos sin fronteras: cómo ocasionar atención y fortuna azuzando el miedo a lo trans | Tecnología


Los rancios viven del tráfico que les da nuestra indignación. Lo sabemos, intentamos hacer un esfuerzo por ignorarlos, bloquearlos, borrarlos de la faz de la tierra, pero no podemos evitar contestar, darles pábulo, convertir la particularidad en norma y así, contra nuestro yo más cerebral, hacer que nuestra ingenuidad sea un poco más irrespirable. El consejo de las abuelas de internet, don’t feed the troll (no alimentes al trol) sigue de completa vigencia. Lo que las abuelas no esperaban es que fuéramos unos nietos yonkis que se inventan excusas racionales para seguir enganchados al pozo sin fondo de la irracionalidad y el odio.

De todo este ciclo infernal del faltón con Dunning-Kruger siempre me ha llamado especialmente la atención la dilema de temas. Todopoderoso me desocupado de meterme en el debate vidrioso de “la cuestión trans”, pero ¿no nos extraña que un tema que no es transversal, que no afecta al día a día de la mayoría de los ciudadanos que se enfangan en él, de pronto, se convierta en un tema de relevancia franquista y centre el debate hasta límites alucinógenos? Si fuéramos romanos nos preguntaríamos “cui prodest”, a quién beneficia. Esta cuestión, que se refiere a lo dilucidador que puede resultar determinar el autor de un hecho desconocido, se la han hecho Adam Nagourney y Jeremy W. Peters en su fresco dormitorio para el New York Times. La respuesta, no por menos esperada, es igualmente indignante: por pasta. En EE UU la maquinaria electoral es un negocio que mueve cantidades exorbitantes de fortuna, un hecho este suficientemente relevante como para que estas no se orienten a la búsqueda del adecuadamente popular, sino a desvalijar la chequera de los simpatizantes, amigos y demás hiperventilados. Cuando la política es un negocio, los temas de campaña se reducen a un exclusivo estudio de mercado.

Como reseñan Nagourney y Peters, la derecha religiosa estadounidense se quedó a la deriva, desnortada, sin brújula existencial, tras ser derrotada en el Tribunal Supremo en su intención de prohibir el nupcias entre personas del mismo sexo. La prohibición del malogro, a pesar de la vencimiento conservadora del año pasado frente a el mismo Tribunal Supremo, no atrae ni votantes ni fortuna, ya que las encuestas dejan claro que un porcentaje importante de conservadores están a patrocinio. Así que, descartado el malogro y los derechos de los homosexuales, alfa y omega de la lucha conservadora, ¿qué podía mantenerse habitable? Con metodología científica, lanzaron globos sonda y midieron los resultados. Lo intentaron en 2016 con el tesina de ley HB2 de Carolina del Boreal, más conocida como “ley de lavabos”, que establecía la prohibición a las mujeres trans de usar los lavabos femeninos. Resultó no tener el itinerario esperado, pero sí les indicó por dónde seguir. Según los datos del Public Religion Research Institute, es menos probable que los ciudadanos apoyen los derechos de los transexuales que el nupcias entre personas del mismo sexo y el derecho al malogro.

El peligro existencial de Priscilla

A pesar de que la vía de hacer escarnio de los trans parecía prometedora, aún le faltaba poco para presentarse a convertir a los sectores menos radicales en hidras furibundas deseosas de destapar sus carteras. Y siguieron probando hasta que el venidero orbe sonda, la prohibición en 2020 del estado de Idaho de que las niñas trans compitieran con otras niñas en ligas escolares, prendió la ardor. Habían enfrentado el filón: churrascar al colectivo trans y a las drag queens con la excusa de proteger a los menores y los derechos de sus padres a serlo como mejor les viniese. Si uno lee las redes sociales y las parte que vienen de ese país cada vez más disfuncional, habría un peligro existencial en el asalto de los colegios estadounidenses por drags dispuestas a hacerte bailotear, en cuanto te descuides, al ritmo de Priscilla, la reina del desierto.

Frente a un rifle marcial siempre queda la opción de esconderse en el cuarto de baño o de equipar a los profesores, pero frente a unas plataformas y un pelucón, como todos sabemos, no hay defensa posible. Y así se construye un relato: un 58% de los estadounidenses, según los datos del Pew Research Center, apoya que se exija que los atletas transexuales compitan en equipos que coincidan con el sexo que se les asignó al manar. Esa sigla aumentaba hasta un 85% entre los votantes republicanos.

Si nos fijamos en las campañas de la alt-right en EE UU de los últimos abriles, todos tienen en popular una combinación ganadora: la protección de los niños y el derecho de sus progenitores de animarse qué es lo mejor para ellos. Primordial y efectivo, ¿qué padre no querría proteger a su retoño de aquello que se le presenta como un aventura efectivo para su integridad física y casto? Sobre todo, si consideramos que el tipificado de la moralidad es poco extremadamente personal y protegido por el derecho a las propias creencias que protege nuestra constitución. Pero estas campañas no están solas. La misoginia monetiza, convirtiendo, de paso, la desinformación de categoría en un armas para socavar la billete política de las mujeres y debilitar las instituciones democráticas y los derechos humanos.

Y ello nos lleva al patrón de los grupos de extrema derecha europea que, desde que Bannon hiciera su expedición europea tras salir de la Casa Blanca, no hacen más que traducir y copiar cada chillido de Trump, de De Santis o de Marjorie Taylor Greene, una loco iletrada conspiranoica que corona, con su presencia en la Cámara de Representantes, una división de cargos públicos incomprensibles en EE UU. Desde insultarte llamándote Charo, hasta los temas y eslóganes más bizarros por muy arbitrarios, locos o descontextualizados que sean, todo lo que ocurre en la política de extrema derecha en los países de nuestro entorno está impresionado por una dietario diseñada en EE UU para ocasionar beneficios a la industria electoral de ese país. Una vez decidido a quien debes de odiar, pones a funcionar a los bots, a las cuentas dirigidas y pagadas, y dejas que el operación haga su ilusionismo entre convencidos, creyentes y, por qué no, entre un rama ausencia desdeñable de gentío que no está adecuadamente de la cabecera. Para qué despabilarse en cada país los problemas reales de los ciudadanos si le puedes dar al corta y pega de la internacional del energúmeno al servicio de los mercaderes de la indignación mientras estos hacen caja.

Sé que cuesta, pero hagamos un esfuerzo por ignorarlos.

Puedes seguir a EL PAÍS Tecnología en Facebook y Twitter o apuntarte aquí para acoger nuestra newsletter semanal.



Creditos a Paloma Llaneza

Fuente

Related Articles

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button